Hace la friolera de 28 años subía las escaleras de madera gruesa del escenario del salón de actos del colegio. Estaba en el último curso y, a pesar de tener un miedo atroz a hablar en público, acababa de recibir el primer premio de redacción con motivo del Día del Libro. Recuerdo aquel momento como uno de los peores de mi adolescencia, menuda ironía. El primer premio, y yo deseando que me tragase la tierra mientras leía, sintiéndome fuera de mi cuerpo y con voz temblorosa, aquellas letras. Ha pasado mucho tiempo y el miedo no es tan fiero, pero realmente sigo sin entender la necesidad de que un autor hable. ¿Soy solo yo? ¿Solo a mí me parece innecesario contar como se te ocurrió la idea, como la desarrollaste? Si está todo ahí, sobre el papel.
Ahora, con mi primera novela por fin en la calle, con la enorme fortuna de que me feliciten y me apoyen vuelvo a sentirme como cuando subía aquella escalera. Hace una semana me ofrecían una firma de libros en una librería, algo que para cualquier escritor novel es "la bomba", y yo me encontré a mi misma pensando que narices le diría a la gente cuando me preguntase. Quizá de uno en uno, es más sencillo, pero si imagino una presentación de un libro, lo único que me apetece es echar a correr en dirección opuesta.
Debo ser rara. Sí, lo soy. Los veo colgando vídeos en instagram de las presentaciones, hablando con total tranquilidad de su obra, y me siento la mas rara del universo.
Para mi, escribir es y seguirá siendo, una forma de sacar todo lo que tengo dentro, de inventar, fantasear y lanzarme al vacío. Y para eso, la voz sobra.
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